miércoles, 23 de julio de 2014

HISTORIA DE LA LECTURA

En la antigüedad

Los primeros jeroglíficos fueron diseñados hace 5000 años, en cambio los alfabetos fonéticos más antiguos tienen alrededor de 3500 años. Las primeras obras escritas en ocasiones permitían tener solamente una parte del texto.

Entre el siglo II y el IV, la introducción del pergamino permitió la redacción de obras compuestas por varios folios largos que podían guardarse juntos y leerse consecutivamente. El libro de la época actual sigue este mismo principio, pero la nueva presentación permite consultar su contenido en una manera menos lineal, es decir, acceder directamente a cierto pasaje del texto.
Alrededor del siglo X las palabras se escribían una tras otra, sin espacios en blanco ni puntuación.

Por otra parte, si bien textos que datan del siglo V a. C. atestiguan que en Grecia se practicaba la lectura en silencio, probablemente fuese una práctica excepcional durante siglos. La lectura en voz alta era casi sistemática. En sus Confesiones, el santo católico Agustín de Hipona menciona su estupefacción cuando vio al santo Ambrosio de Milán leer en silencio.

Edad Media y Renacimiento

Durante mucho tiempo el lector no era del todo libre en la selección del material de lectura. La censura eclesiástica, tuvo entre sus primeros antecedentes el establecimiento de la licencia previa de impresión en la diócesis de Metz en 1485. El papa Alejandro VI dispuso la censura de obras para las diócesis de Colonia, Maguncia,Tréveris y Magdeburgo en 1501 y luego fue generalizada en la Iglesia Católica por León X.
En España la licencia previa del Consejo Real a la edición de las obras fue extendida a todo el territorio por disposición de la corona. Aunque los arzobispos de Toledo y Sevilla, al igual que los obispos de Burgos y Salamanca tenían atribuciones para determinar esas licencias, las ordenanzas de la Coruña de 1554 reservaron tales actividades al Consejo Real, es decir, el Estado.
En el año 1559 la Sagrada Congregación de la Inquisición de la Iglesia Católica Romana (posteriormente llamada la Congregación para la Doctrina de la Fe) creó el Index Librorum Prohibitorum, cuyo propósito era prevenir al lector contra la lectura de las obras incluidas en la lista.
El término Ad Adsun Delphini (para uso del príncipe), se refiere precisamente a ediciones especiales de autores clásicos que Luis XIV (1638-1715), autorizó a leer a su hijo, en las que, a veces, se censuraban cosas. Aún actualmente, se aplica a las obras alteradas con intención didáctica o a obras censuradas con intención política.

La alta edad media


La alta edad media heredó de la antigüedad una tradición de la lectura que abarcaba las cuatro funciones de los estudios gramaticales.La lectio era el proceso por el cual el lector tenía que descifrar el texto identificando sus elementos, letras, sílabas, palabras y oraciones, para poder leerlo en voz alta de acuerdo con la acentuación que exigía el sentido.La emendatio un proceso que surge como consecuencia de la transmisión de manuscritos, requería que el lector corrigiera el texto sobre la copia, por lo que a veces sentía la tentación de mejorarlo. La enarratio consistía en identificar las características del vocabulario, la forma retórica y literaria, y, sobre todo, en interpretar el contenido del texto.El iudicium era el proceso consistente en valorar las cualidades estéticas o las virtudes morales o filosóficas del texto.
El lector había heredado también de la Antigüedad tardía un corpus de conocimientos gramaticales que servían más para facilitar el proceso de leer que para despertar el interés en el propio lenguaje. La rigidez de esta aproximación al lenguaje se prolongó durante mucho tiempo a causa de la creencia de que el hombre debía ocuparse de la lengua en que estaba escrita la palabra de Dios, así como por la tendencia a aceptar la existencia de diferentes sistemas lingüísticos como una consecuencia inevitable de la Torre de Babel.. Las gramáticas tradicionales consideraban la palabra como un fenómeno lingüístico aislado, utilizando criterios morfológicos para establecer un conjunto de clases de palabras llamadas partes de la oración. Estas gramáticas presentaban y analizaban los paradigmas de formas asociadas (declinaciones y conjugaciones) y las relaciones sintácticas superficiales entre las palabras en la construcción de oraciones (concordancia). De este modo las gramáticas eran de gran ayuda para el lector, facilitándole el análisis del texto y la identificación de los elementos de la lengua latina, que proporciona una gran cantidad de información morfológica por medio de temas y flexiones. Dicha ayuda resultó valiosísima durante los primeros años de este periodo, cuando los manuscritos se copiaban todavía en scriptio continua, es decir, sin separación de palabras ni indicación de pausas dentro de los párrafos.
Los maestros y escritores cristianos aplicaron esta tradición de la enseñanza gramatical a la interpretación de las Escrituras y, como consecuencia de ello, la educación religiosa y la literaria estuvieron íntimamente ligadas a todos los niveles. Esta situación era distinta de la que se daba en la Antigüedad pagana, donde los círculos culturales más elevados estaban reservados a una élite social. En esta nueva situación se exhortaba a la lectura a todos los cristianos alfabetizados, pero a aquellos que aspirasen a llamarse monjes no se les podía permitir que permaneciesen en la ignorancia de las letras». Como más tarde señalaría Dhuoda, en un tratado escrito para su hijo, leyendo libros se aprende a conocer a Dios. El estímulo para la lectura pasaba a ser entonces la salvación del alma, y este poderoso aliciente se reflejaba en los textos que se leían. El libro de lectura elemental, y el catón de los niños, pasó a ser el salterio (cuyo conocimiento sirvió durante siglos para comprobar si alguien sabía leer y escribir). Para aquellos que aprendían mejor de los ejemplos que de los preceptos había vidas de santos que caracterizaban los ideales cristianos. Para otros, un nuevo programa de textos conducía a los libros catholicos el estudio de la divinidad, que ayudaban al lector a formular la correcta interpretación de la palabra de Dios como alimento para su propia alma. «En los comentarios a las Escrituras aprendemos cómo habría que adquirir y conservar la virtud, y en los relatos de milagros vemos cómo se manifiesta aquello que se ha adquirido y conservado. Los estudios gramaticales y otros textos estaban subordinados a este propósito, y se utilizaban para perfeccionar el conocimiento de la latinidad. San Isidoro observó que las enseñanzas de los gramáticos pueden incluso resultar provechosas para nuestra vida, siempre que se sepan usar para buenos fines.

Época contemporánea

Hoy en día la lectura es el principal medio por el cual la gente recibe información (aun a través de una pantalla), pero esto ha sido así sólo por los últimos 150 años aproximadamente. Salvo contadas excepciones, antes de la Revolución industrial la gente alfabetizada o letrada era un pequeño porcentaje de la población en cualquier nación.

La lectura se convirtió en una actividad de muchas personas en el siglo XVIII. Entre los obreros, la novela por entregas continuó leyéndose en voz alta hasta la Primera Guerra Mundial. Por tanto, en Europa, la lectura oral, el canto y la salmodia ocuparon un lugar central, como lo hace aún en las ceremonias religiosas judías, cristianas y musulmanas.
Durante el siglo XIX, la mayor parte de los países occidentales procuró la alfabetización de su población, aunque las campañas tuvieron mayor efectividad en cuanto a población y tiempo entre los países de religión protestante, en donde se considera como uno de los derechos importantes del individuo el ser capaz de leer la Biblia.   





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